Entrevista a Luciana Ortega: Hablemos de Educación Artística

27 de mayo, 2025
Por Isabel León Soto

 

“Al conectar con las emociones, se genera un aprendizaje transformador 

Luciana Ortega (@laprofe_luciana en Instagram) es docente de Educación Musical, titulada de la Universidad de Concepción. Folclorista y difusora de la cultura tradicional chilena, ha hecho de la identidad de su ciudad natal, San Carlos, un eje fundamental de su enseñanza.

A través de su pasión por la música, inspira a sus estudiantes a explorar y desarrollar su creatividad mediante repertorios variados. Su trabajo ha sido clave para el éxito del “Ensamble Arpas de Ñuble”, agrupación que ha representado a Chile en escenarios como los Juegos Olímpicos ODESUR en Paraguay y el Festival Mundial del Arpa en México. En 2024 fue ganadora del Global Teacher Prize Chile en la categoría Educación Musical, y en 2025 fue reconocida en el top 50 del Global Teacher Prize Mundial.

Este mes celebramos la Semana de la Educación Artística. Desde tu experiencia como docente, ¿cuál crees que es el valor de las artes en el bienestar de niños, niñas y jóvenes?

L: La Semana de la Educación Artística nos ofrece, una vez al año, un cable a tierra que valida de manera concreta la importancia de las artes en la formación integral de las personas. Creo que aquí no solo debemos pensar en niños, niñas y jóvenes: como seres humanos, necesitamos formarnos de manera integral a lo largo de toda la vida, y las artes cumplen plenamente con ese propósito.

Desde mi experiencia, creo profundamente que las artes no son un complemento, sino un pilar esencial para el bienestar integral del ser humano. Nos permiten expresar lo que no siempre podemos verbalizar, canalizar nuestras emociones, encontrar sentido en las vivencias y conectar con otros desde un lugar más humano, más profundo.

He visto cómo estudiantes que llegan con historias de dolor, silencio o inseguridad se transforman al tocar un instrumento, al cantar con otros o al crear algo propio. La música les devuelve el poder de imaginar, de construir identidad y de sentirse parte de una comunidad. En ese sentido, no solo promueve la salud mental y emocional, sino también el desarrollo de la empatía, la autoestima y el sentido de propósito.

En las aulas, cuando se da un espacio real a la educación artística, emergen mundos internos que antes estaban escondidos. Y cuando eso ocurre, florecen no solo los talentos, sino también las personas. Por eso defiendo y practico una educación que ponga la música en el centro, no al margen.

Dado que has hecho de la identidad cultural de San Carlos un pilar de tu enseñanza, ¿qué importancia tiene para el bienestar docente validar las raíces a través del arte?

L: Creo que hoy, en el siglo que estamos viviendo, es más importante que nunca no solo decir que estamos conectados con nuestro entorno, sino realmente sentirlo. Esta conexión con nuestras raíces nos permite reconocer que todo lo que ocurrió antes de nosotros tiene un gran valor: no es simplemente “pasado pisado”, sino que es lo que nos hace sentirnos vivos el día de hoy y nos conecta con nuestro futuro.

Validar nuestras raíces a través del arte ha sido, para mí como docente, una forma de sostenerme con sentido en esta vocación que muchas veces es exigente y solitaria. Cuando una enseña desde lo que es, desde lo que ama y desde donde viene, la enseñanza deja de ser una obligación externa para convertirse en un acto profundamente vital.

San Carlos, Ñuble, mi tierra, no es solo el lugar donde trabajo: es parte de mi alma. Y llevar esa identidad al aula, a través de la música tradicional, del arpa campesina, de la décima, del canto a lo humano y a lo divino, ha sido una forma de sanar, de resistir y de dar valor a aquello que muchas veces fue invisibilizado o considerado menor.

Para el bienestar docente, reconocerse en el aula, verse reflejada en lo que se enseña, es un acto de dignidad. Es saberse parte de una historia que merece ser contada, compartida y celebrada. Validar nuestras raíces no solo fortalece a los estudiantes; también nos fortalece a nosotros como educadores, porque nos conecta con una pedagogía viva, honesta y coherente.

Cuando enseño la música y expresiones de mi tierra, me reconcilio con mi historia, me nutro de la memoria colectiva y encuentro un sentido más profundo en el acto de educar. Es esencial, para uno como ser humano, conectarse con sus raíces para saber quiénes somos, para identificar de dónde venimos. Validar ese origen nos abre un mundo de respeto, de empatía, de comprensión hacia otras culturas, contextos y realidades. Eso, sin duda, es bienestar.

¿Qué mensaje te gustaría compartir con otrxs docentes y educadores que buscan hacer de las artes un motor transformador en sus aulas?

L: A quienes sueñan con hacer de las artes un motor transformador en sus aulas, les diría: confíen en el poder profundo de lo que hacen. Enseñar arte no es llenar de técnicas ni buscar perfección estética: es despertar humanidad, es tender puentes entre lo íntimo y lo colectivo, entre la historia personal y la memoria compartida.

El arte tiene la capacidad de sanar, de visibilizar lo que estaba silenciado, de transformar la pena en canción, el miedo en color, la rabia en creación. Por eso, aunque a veces se le reste importancia, sabemos que estamos trabajando con lo más esencial de todo: la capacidad de imaginar otros mundos posibles.

Mi mensaje es que no se sientan solos. Somos muchas y muchos quienes creemos en una educación con alma, que canta, que dibuja, que baila, que recuerda y que sueña. Les invito a que se atrevan a integrar lo propio, lo local, lo identitario. A que escuchen a sus estudiantes con el corazón, y a que se den permiso también para emocionarse y transformarse en el proceso.

Y cuando el arte entra al aula, no solo cambian los niños y niñas: cambiamos también nosotros como educadores, y eso es el verdadero comienzo de una transformación colectiva.

Recomendación de Luciana:

Violeta Parra en sus palabras (Entrevistas 1954-1967) – Libro de Marisol García Correa:

L: Este libro recoge entrevistas que Violeta Parra dio en la televisión y la radio entre 1954 y 1967. A través de estos registros, se construye una biografía íntima que revela su pensamiento, su forma de ver el mundo y su cosmovisión. Creo que este enfoque resulta muy replicable en la labor docente: Violeta no solo es un referente musical, sino también una inspiración por la manera en que entiende la vida. Esa mirada puede ser una gran guía en el aula.

Para docentes, artistas y gestores de identidad cultural, este libro ofrece una lección de integridad creativa. Violeta se comprende a sí misma como parte de un todo mayor, sin vanagloria: su compromiso con la música popular chilena se presenta como una labor colectiva y pedagógica. Es un acercamiento directo y honesto a la voz de una de nuestras figuras más influyentes. Enseña y educa desde la verdad de una artista que vivió y sintió su obra con pasión y coherencia. Es, para mí, una lectura transformadora: invita a descubrir el arte no solo como expresión estética, sino también como forma de vida, resistencia y memoria.